Desde la tribuna de la Cámara de Diputados, el mixteco Abelardo Raúl Hernández alzó la voz por millones de hablantes de lenguas originarias en México, exigiendo respeto, dignidad y reconocimiento real, no solo en el papel. Su mensaje fue claro: “nuestras lenguas no son reliquias, son vivas, son memoria, y merecen futuro”.
Invitado por la Mesa Directiva en una sesión semipresencial, Hernández pidió que las lenguas indígenas regresen a las aulas como una práctica cotidiana y no como una curiosidad folclórica. Además, denunció que los traductores e intérpretes indígenas continúan recibiendo pagos irrisorios, pese al valor cultural y humano de su labor.
Recordó cómo durante el siglo XX, políticas educativas impulsadas por el Estado, bajo el pretexto de la castellanización, reprimieron el uso de lenguas originarias en las escuelas. “A nuestros abuelos les prohibieron hablar su lengua, les golpeaban, los humillaban. Por eso muchos dejaron de enseñar su idioma a sus hijos, por miedo y por dolor”, dijo con voz firme.
Este trauma, señaló, generó generaciones de mexicanas y mexicanos que se avergüenzan de sus raíces. “Hay quienes niegan a sus madres por vestir con ropa tradicional. Hay quienes se sienten superiores solo por hablar español. Eso también es violencia”.
Más allá del testimonio, su discurso fue una exigencia de transformación estructural: que los derechos lingüísticos plasmados en la Constitución no se queden como letra muerta. Que exista una política pública seria, sostenida y con presupuesto que garantice enseñanza, promoción y remuneración justa a quienes preservan estas lenguas vivas.
Con tono reflexivo, Hernández apuntó que las lenguas indígenas no solo comunican, también resguardan la cosmovisión y sabiduría ancestral. “Son voces heredadas que nos conectan con lo que fuimos, y lo que aún somos”, afirmó.
La intervención del hablante mixteco cerró con un llamado a la dignidad: “Todos valemos lo mismo, sin importar nuestra lengua o nuestra cultura. Si algo ha demostrado la historia es que nuestras raíces son tan profundas que ni siglos de desprecio han podido arrancarlas”.
Este mensaje, desde el corazón de San Lázaro, resuena como una deuda pendiente del Estado mexicano con sus pueblos originarios. Porque preservar una lengua es preservar una identidad. Y en tiempos de modernidad, la verdadera justicia también se escribe en la lengua del pueblo.
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